"Debes convertirte en el cambio que deseas ver en el mundo."

"Debes convertirte en el cambio que deseas ver en el mundo."
—Gandhi

miércoles, 5 de noviembre de 2014

"Soy real"

Después de mucho tiempo en silencio, hoy voy a alzar la voz para hablar de algo que personalmente considero muy serio. En efecto, los trastornos mentales son algo real, que están presentes entre nosotros, muchas veces de pseudo-incógnito. Y digo "pseudo" porque no es que no se manifiesten, es que no se les hace ni puñetero caso, con perdón de la expresión. No me refiero a enfermedades (sí, amigos, un trastorno mental es una enfermedad, pero nos esforzamos por eufemizarla para poder tomarnos la licencia de mirar hacia otro lado) como la esquizofrenia o la demencia, que como son afecciones que resultan peligrosas para la sociedad, se les pone remedio inmediato (prefiero dejarlo ahí y no meterme en ese tema, porque como empiece... me tenéis que sujetar). Estoy hablando de esos grandes tabús como son la depresión, la ansiedad, la conducta suicida, la anorexia.

Y la anorexia ni siquiera entra del todo en mi saco; éste es un trastorno tan común que ya apenas ni nos sorprende, pero sus consecuencias físicas son obvias, por lo que es un poquito más difícil hacerles menos caso que al pito del sereno. Además, seamos francos, la anorexia es un claro residuo de la actividad social, "esta putrefacta sociedad, nacida de las mismísimas entrañas del diablo, la envidia y las coles de bruselas, destrozando vidas y cuerpos; oh, ahí te maldigan los Jinetes del Apocalípsis, Sandro Rey y Pablo Iglesias..."... bueno, ya paro, que me pierdo. El caso es que nos encaaaanta poder echarle la culpa a la sociedad, ¡porque es mucho más fácil! Todo a tu alrededor grita "¡gorda!", y bueno, pues es comprensible que las pobres chicas (y chicos, ojo) tengan problemas. Así que se las trata. 

Pero, ah, amigos, después está la depresión. Sí, eso que se toma a coña, de lo que te ríes con los colegas cuando el pobre Luisito no ha podido ligar en la barra. Sin embargo, la depresión es real. Muy real.

Pero claro, es más fácil de ignorar. Porque asumámoslo, no nos gustan los problemas. Y si Fulanita está deprimida, estará también más agresiva, y saca peores notas, y parece que tiene conductas suicidas, pero... ¡buf! Coge y vete a decírselo a... ¿a quién? ¿A su tutor...?, ¿al psicólogo del colegio..., ¿a sus padres? Mucho embrollo. Además, es sólo una fase. Eso se pasa. Pero resulta que Fulanita no está deprimida porque la haya dejado su novio, o porque se vayan a separar sus padres, sino porque, ¡sorpresa!, es depresiva. Y repito, la depresión es una enfermedad real. Una situación que consumirá su vida poco a poco (tipo Dementor, pero sin los ruidos raros), que puede llevarla a querer quitarse la vida (¿veis? Si hasta yo uso eufemismos), incluso a autolesionarse. Este trastorno tan terrible se toma siempre a broma, nunca en serio. Y resulta a mi humilde parecer, trágico que el índice de suicidio adolescente esté subiendo a velocidad de vértigo, así como también lo es que la gente (no sólo adolescentes, también adultos) bromee acerca de los trastornos psiquiátricos.

Esta misma tarde, en clase de inglés, mi profesora ha dicho, muriéndose de la risa "Yo creo que a lo mejor tienes que ir al psiquiatra a que te lo miren", refiriéndose a unos chicos que estaban haciendo tontunas en clase. He tenido que contenerme para no alzar la mano y preguntar, en medio del gallinero de carcajadas: ¿Te parece gracioso?

Os pregunto a vosotros, humanos Humanistas: ¿Os parece gracioso? ¿Por qué no se puede hacer una broma acerca del cáncer pero sí de los trastornos psicopsiquiátricos? ¿Tanto miedo nos da enfrentarnos a la cruenta realidad de que existen que optamos por reír para no llorar? ¿Por qué a los niños suicidas no se les ofrece esa palmadita en la espalda, esa red de seguridad que sí se da a las enfermedades físicas?

No sé si quiero saber las respuestas a estas preguntas, pero tengo claro cuáles son las mías. No debería usar adjetivos peyorativos, pero esa parte de mi cerebro que se esfuerza en ocultar una realidad de la que aparentemente tengo que avergonzarme, esa parte, deja dos palabras grabadas en mí:

SOY REAL.

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