Todo empieza dándonos
cuenta de que desde que el hombre es hombre, se ha separado de la naturaleza y
ésta parecer ir siempre en dirección contraria a sus intereses. Donde haya una
concentración humana, hay una ciudad, y donde haya una ciudad, apártense fauna,
flora, atmósfera. No se trata de criticar la típica imagen de ciudad gris moderna
infestada de chimeneas apestosas; en la Edad Media se contaminaba incluso más
que hoy. Se trata de hacer ver que el ser humano es una especie de parásito que
vive a costa de su entorno, usando sus recursos para su propia subsistencia.
Esto tampoco es una crítica, pues absolutamente TODOS los seres vivos subsisten
unos a costa de otros y los parásitos no son poco frecuentes. Pero en la
naturaleza “salvaje”, todo guarda un perfecto equilibrio gracias a que dichos
parásitos son a su vez víctimas de otros seres. Y cuando, por los motivos que
sean, este equilibrio se rompe, se produce una plaga, un crecimiento
incontrolado de una especie que sofoca las demás.
Podríamos comparar
perfectamente al hombre con una plaga, ya que al ser el animal más evolucionado
se ha colocado por encima de la cadena alimenticia y carece de depredador
natural. Su crecimiento es, por tanto, incontrolable. De hecho, al haber “escapado”
de los ciclos naturales, el ser humano tiene ahora el control sobre su propia
especie y todas las demás. En resumen: la naturaleza ya no tiene poder sobre
nosotros, pero nosotros sí tenemos poder sobre ella. Tenemos poder para
destruirla, y grandes probabilidades de hacerlo ya que nuestro “alimento” es ella.
Pero a pesar de todo esto, seguimos siendo dependientes de ella: necesitamos
agua, alimentos, aire… y sobre todo energía. Todo es una cuestión de
sostenibilidad. Si acabamos con la vida natural, estamos acabando con nuestros
propios medios de subsistencia. Es por tanto nuestro propio interés ser
sostenibles. Las plagas naturales desaparecen cuando ya no queda nada más que
devastar y mueren de hambre. Y ese es el final que nos espera si seguimos por el
camino que ha estado recorriendo la humanidad.
Esto es una visión muy
egoísta, pero es por desgracia el único motivo que acabará por hacernos cambiar.
El respeto por las especies, por la diversidad, por la vida… es algo que se
está perdiendo y que, en cualquier caso, no hará a ningún gobierno cambiar de
idea si va en contra de sus intereses. Es fácil creerse una especie superior,
especial, por el hecho de ser más inteligentes y poseer una conciencia, pero lo
cierto es que lo que tenemos de “especial” no es nuestra inteligencia, que sólo
es un desarrollo evolutivo, sino LA VIDA, y eso es algo que compartimos hasta
con las hormigas que tan indiferentemente pisamos. Ahora mismo quizá haya
alguien pensando en la frase “el mundo estaría mejor sin nosotros”. No se puede
negar la veracidad de esto, pero tampoco por ello dejamos de tener derecho a
nuestra existencia en la Tierra. Lo que debemos lograr es sellar un pacto entre
naturaleza y hombre, pensando en el beneficio de ambos, para que podamos coexistir
en paz.
Por desgracia, el cumplimiento
de un pacto así requiere, además de una gran mentalización de todos los
ciudadanos que participamos en él, la inversión de grandes sumas por parte de
los gobiernos para la instauración y supervisión de medidas ecológicas. El
problema es que pocos están dispuestos a invertir en formas de energía que son
notablemente más caras, sobre todo cuando al final el beneficio no inmediato,
ni siquiera es tangible, ni siquiera es para nosotros. A raíz de esto podría
abrirse una nueva y extensa reflexión, acerca de la cual pronto habrá otra
entrada en HyH.
-Víctor Ardelean
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