"Debes convertirte en el cambio que deseas ver en el mundo."

"Debes convertirte en el cambio que deseas ver en el mundo."
—Gandhi

miércoles, 1 de enero de 2014

Por una economía justa

Capitalismo o socialismo, parece que hoy en día solo existe el blanco o el negro, derecha o izquierda. Y en una película así no existe un “bando de los buenos”. Tal y como dice nuestro admirado Aristóteles, la virtud está en el centro que hay entre dos extremos equivocados; aunque los de cada lado crean que su fórmula es perfecta para la sociedad mientras que la contraria a la suya es completamente errónea, lo cierto es que ninguno de ambos bandos es mejor que el otro.  Veamos las razones con detenimiento.
Cuando hablamos del capitalismo, nos referimos a un sistema económico en el que cada ciudadano tiene libertad total para invertir y aumentar sus bienes y fortuna de forma privada, creando así un mercado de consumo al que cada individuo (empresa) aporta sus productos; cuanto más solicitados estén, más estará dispuesta a pagar la gente. De este modo, todo depende de la relación oferta-demanda y el éxito depende de saber establecer el precio más alto posible siempre y cuando no deje de atraer clientes y por tanto de ser rentable. La otra cara de la moneda, sin embargo, está en la división por clases que esto conlleva: al encontrarse los precios siempre en el límite alto que la mayoría (la clase media) puede pagar, es inevitable que quede una parte que no pueda permitírselos y tenga que resignarse a una peor calidad o renunciar a ellos. De la misma manera, aquellos que son suficientemente ricos destacan sobre la clase media, pues lógicamente pueden permitirse precios más altos, más calidad y más cantidad. Un interesante y terrible efecto del capitalismo es cómo la riqueza genera riqueza, es decir, que los ricos se vuelven inevitablemente más ricos, mientras que los pobres tienden a empobrecerse más.
 Contra estas injusticias nació el socialismo (marxiano) cuyo fin es mantener a todas las personas al mismo nivel social y económico. Para ello es necesario un control total del Estado sobre la economía, es decir, que la economía deje de ser libre y el dinero no fluya sólo. Los sueldos y los precios están obligados a ser iguales para todos, de modo que cada uno tenga el mismo poder adquisitivo. Sin embargo, esto provoca de nuevo una gran injusticia, pues uno no recibe lo que se merece por su trabajo, para bien o para mal. Como por mucho que trabajes y te esfuerces tu sueldo no puede subir, al final es inevitable que todos acaben en la dejadez y la falta de entusiasmo, lo que provoca una economía torpe e ineficaz. Además, en el afán de igualar económicamente a todos los ciudadanos, el gobierno arrebata las riquezas que “le sobran” a los más ricos, riquezas que son merecida y legítimamente suyas. Y, me repito, al tener un mínimo asegurado, los más pobres acaban dejando de preocuparse por buscarse la vida y, por pobres que sean, reciben un dinero que quizá no se merezcan.
Conociendo pues, ambas formas de economía, ¿cómo posicionarse en una de las dos, si ambas son realmente injustas? Podemos partir de la base que, de acuerdo con los derechos humanos (y las revoluciones del siglo XIX), la libertad debe ser respetada ante todo. En términos económicos, si te has esforzado y has trabajado por algo, nadie tiene derecho a quitártelo (me refiero a la política socialista). Pero al mismo tiempo, el ser humano es por instinto codicioso, desea siempre tener más, y sobre todo más que los demás. Si tenemos libertad, vía libre, para intentar conseguir nuestra riqueza, lo más seguro es que el dinero se convierta en el centro de nuestra vida y acabemos viviendo por y para él, lo que lleva al consumismo (pronto habrá una entrada en HyH sobre ese tema) y nos aleja irremediablemente de la felicidad. Son muchos los que escogen carreras que no cumplen con sus intereses solo por el dinero que vaya a aportarles su trabajo, sin pararse a pensar que trabajar toda la vida en algo que no les gusta no puede hacerles felices. La explicación de por qué el dinero no da la felicidad es sencilla: cuando creemos que seremos más felices siendo ricos, esa felicidad no es exactamente como nos la imaginamos. Se es feliz cuando se CONSIGUE más dinero, no cuando se tiene. Una vez se posee una cantidad, da igual lo alta que sea, necesitamos más, y así sucesivamente, sin llegar nunca a una satisfacción plena. El resultado: una carrera permanente, codo contra codo, en la que tienes que derribar y zafarte de los demás para poder llegar más lejos.
Con una mentalidad así, que por desgracia es la que se está desarrollando cada vez más, es inevitable que la sociedad se vaya volviendo cada vez más hostil, más egoísta, más avara y en definitiva menos feliz. La ética ha desaparecido completamente, la gran crisis actual es el apogeo que lo demuestra; el mundo se ha convertido en una jungla en la que o hundes a cientos o una jauría te hunde a ti. ¿Dónde queda la humanidad en todo esto? ¿Dónde queda el pararse a pensar que tú podrías ser aquel a quien pisoteas, y la compasión hacia él?
Si deseamos la libertad económica, pero también queremos mantener una sociedad armoniosa y unida, debemos aprender a usar la libertad responsablemente y a respetar las personas antes que el dinero; tener claro en todo momento que nuestra intención debe ser colaborar y ayudarnos entre todos. Esto puede sonar a los ideales socialistas, pero es irrefutable que en el egoísmo no está el camino hacia la felicidad. Y, por último, la gran diferencia es que el socialismo OBLIGA a actuar así; nunca se puede ser feliz por algo impuesto por la  fuerza. La empatía hacia el prójimo debería salir de nosotros mismos, y eso es algo que solo puede lograrse con un gran fomento de la educación y la ética. La educación, nuestra proveedora de seres humanos, el motor de la sociedad, nuestra esperanza y sin embargo nuestra gran carencia… de ella depende el cambio que debe haber en la humanidad y su mentalidad.
-Víctor Ardelean

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