Nos encontramos a las puertas del comienzo de un nuevo año.
Dondequiera que miremos, vemos los preparativos de las fiestas que bullirán esta
noche, luces, decoraciones, comida… Es irrefutablemente una ocasión digna de
festejar por todo lo alto, pero quizá podamos pararnos unos minutos a pensar qué
se esconde detrás de todo este ruido y música.
Un año muere, a la vez que uno nuevo ve la luz. El ciclo
comienza otra vez, sin querer eso decir que todos lo años sean iguales. No, cada
año es único, y las cosas que suceden durante ellos no volverán a pasar. Por
eso, no debemos permitir que los años pasen a través de nosotros indiferentemente. Echemos un vistazo atrás para observar todo lo que hemos vivido en el último año, y quizá
lleguemos a sentirnos agradecidos por todos los buenos recuerdos que podamos atesorar de estos últimos doce meses. Esto tampoco quiere decir que debamos rechazar las malas experiencias; no, en absoluto, si no las recordáramos ni las
tuviesemos presentes, la felicidad no podría llenarnos de la misma manera. No
permitamos que los años, los recuerdos y la vida caigan en el olvido. Al fin y al
cabo, un año muere, y lo respetamos acordándonos de él como haríamos con un
amigo.
Ahora, si hemos sido capaces de despedir el año pasado como se merece,
también podemos mirar hacia delante y darle la bienvenida a esta nueva
etapa, que tan próxima está ya. Es costumbre para muchas personas hacerse
promesas a sí mismas que cumplir durante ella. Objetivos, metas que le hagan a
uno mejor persona y, en realidad, más feliz. Si hay un momento
especial para comenzar un proyecto, hacer realidad un sueño o enfrentarse a
aquello que más odiamos de nosotros, es este. Pensemos en cómo hacer desaparecer los
momentos oscuros del pasado, y luchemos por sacar el máximo partido del año que
entra. En definitiva, el comienzo de un año siempre será algo especial, algo
que da que pensar y que no debe reducirse a un simple festejo más.
Pero, por último, más importante que todo este “balance de
lo bueno y malo”, es recordar que toda esta ilusión y promesas no deberían
quedarse en un efímero día. Cada uno de los días del año, al despertar,
acordémonos de cómo nos sentíamos al comienzo del año, ese deseo de volver las cosas
un poquito mejor, y asegurémonos de que se cumpla, luchando por ello día a día. Es
demasiado fácil acostumbrarse a la rutina, y rutina significa precisamente
monotonía, sin que ningún día sea especial. Que no sea así. Que cada día sea un
Año Nuevo. Que nuestras promesas se mantengan siempre vivas. Si algo se puede desear
más que nada para empezar un año, es no acostumbrarse nunca a la belleza del
mundo, no perder la capacidad de asombrarse con los pequeños detalles, hacer de
la vida algo especial y único que merezca la pena. Algo a lo que deseemos fervientemente aferrarnos.
¡Feliz Año Nuevo 2014!
-Víctor Ardelean
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