"Debes convertirte en el cambio que deseas ver en el mundo."

"Debes convertirte en el cambio que deseas ver en el mundo."
—Gandhi

lunes, 16 de diciembre de 2013

Por la música

Esta entrada viene de la mano de Víctor Ardelean, uno de mis socios en HyH, quien intentará aportaros un artículo nuevo cada semana.

Con esta inquietante imagen abro este artículo, en el que quiero lanzar un pequeño grito sobre la música, la importancia de su papel en nuestras vidas y, sobre todo, la situación actual de su enseñanza, tanto a nivel local como mundial.

                ¿Qué representa la música en nuestras vidas? ¿Por qué, para qué es importante? Para comenzar, debe explicarse que la importancia de la música reside en que en realidad no es más que otro idioma, un idioma hablado internacionalmente y que no distingue entre países, razas, culturas o religiones; no dependemos de los valores aprendidos en nuestra sociedad para entenderla. Sin duda alguna, la música une a las personas, de acuerdo con el lema “La música es el único lenguaje que no todo el mundo habla, pero sí entiende”. Esto se puede comparar con cómo cualquier persona de cualquier rincón del mundo sabe que si alguien sonríe es porque está feliz, sin que nadie le haya enseñado “sonrisa significa felicidad”. En resumidas cuentas: la música, al igual que la sonrisa, es algo innato en el hombre, algo que no se puede aprender a sentir.
No se puede aprender a sentir la música, pero sí a entenderla, comprenderla y, por supuesto, interpretarla. Algo tan natural y propio del ser humano debería ser fomentado y alabado, pero sin embargo en este país hemos permitido que se desprecie a todo aquel que vemos cargando con su instrumento a la espalda. No se puede negar que se le mira distinto, como si perteneciera a otro grupo y fuera “el raro”. Nadie se para a pensar en el dolor que provoca esta falta de reconocimiento al esfuerzo que supone tener que asistir a dos escuelas al mismo tiempo, con la gran cantidad de horas de estudio y resultados que exigen ambos.
Al mismo tiempo, cuando hablamos de jóvenes a las puertas de la universidad y su futuro, ¿cómo de difícil se hace la elección del grado superior musical en lugar de una carrera universitaria “normal” cuando lo único que se oye como respuesta a la propia ilusión es la cruel frasecita “Ah, que quieres estudiar música, pero ¿y qué más?”? ¿¡Qué más!? ¿Qué más que una carrera de catorce años, compaginada con los doce de estudios escolares? Con este gran apoyo y entusiasmo, no se hace difícil imaginarse cómo hemos permitido que la música caiga tan bajo en la sociedad española. Como punto de partida en la búsqueda de los motivos de esta inquietante carencia, tomaremos como referencia Alemania, un país que destaca por el ejemplar fomento y enseñanza de los que goza la música. Si les miramos a ellos y nos comparamos, ¿qué diferencias vemos? Sin lugar a dudas, la cuestión principal es la mentalidad de la población. En países centroeuropeos como Alemania, el raro es el que NO toca un instrumento. La música forma parte de sus vidas y se ve como algo natural, viven con ella día a día y se fomenta de todas las formas posibles. Teniendo esta cultura de fomento del arte entre la gran mayoría de habitantes, el resto de factores que propician la enseñanza musical fluyen solos. El primero es la importancia que se le da a las asignaturas musicales ya en el colegio. No estoy hablando sólo de la asignatura de música como tal, sino de las ventajas con las que cuentan los niños músicos en sus escuelas. Desde quinto de primaria se ofrecen clases de instrumento en el propio colegio; ¿dónde se ha visto eso en España? Además de que durante los años equivalentes a la ESO la música impartida en Alemania es relativamente fuerte y ya hace introduce conocimientos teóricos y prácticos muy profundos (con perdón, lo que se aprende en los institutos españoles como “música” es de risa), es obligatorio escoger un arte para los dos últimos años, ya sea música o pintura, de nuevo algo inconcebible en España. Poniéndonos en el caso de la elección de música, los temarios impartidos son ya tan elevados que igualan a los mismísimos conservatorios. Lo que quiero hacer ver es que la música puede tomarse como un pitorreo, o puede hacerse en serio. Un país opta por sacrificar toda forma de arte en su programa educativo; otro, se asegura de que ningún joven acabe sus estudios sin saber distinguir al menos una pieza barroca de una romántica. Debería lucharse por que esta terrible comparación no fuese posible.
Si salimos fuera del ámbito del colegio, nos encontramos ante lo que es la verdadera fuente de músicos en una sociedad: los conservatorios. En este último punto retomaremos la imagen a la cabeza de la entrada. ¿Por qué solo dos de cada diez niños gozan del privilegio de una formación musical, cuando hay un setenta por ciento de adultos que se arrepienten de no haberla tenido de pequeños? Haciendo referencia a entradas anteriores: por dejadez. Debería haber una mayor concienciación de los padres sobre la importancia que tiene la música en un niño. Están demostrados científicamente el gran desarrollo mental que supone y el aumento de la creatividad, pero la falta de iniciativa y resolución de los padres, sumada a la preocupante escasez de conservatorios que sufre España, provoca el gran analfabetismo musical característico de este país. No existen becas, a pesar de que los mejores de los pocos conservatorios existentes son privados (la decadencia de los públicos se la debemos a nuestro único sistema educativo), y otro gran motivo que amedrenta a muchos padres es tener que afrontar el pago de matrículas trimestrales (cuyo precio, por cierto, fue duplicado este curso) además de la inversión que supone la compra de un instrumento.


¿Qué tenemos entonces? Un sistema en decadencia, en obvio retraso frente al de muchos otros países. Un sistema que, defendiéndose en la falta de recursos económicos, está permitiendo la desaparición de la cultura y del arte. Pero, sobre todo, tenemos un pueblo que no está haciendo nada por defender esa “nimiedad sin importancia” que dicen que es la música. El problema no viene del sistema de arriba; si la música ganase la importancia que se merece entre nosotros, todo lo demás sería tirar del hilo. Pero necesitamos el hilo.

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