Esta entrada viene de la mano de Víctor Ardelean, uno de mis socios en HyH, quien intentará aportaros un artículo nuevo cada semana.
Con esta
inquietante imagen abro este artículo, en el que quiero lanzar un pequeño grito
sobre la música, la importancia de su papel en nuestras vidas y, sobre todo, la
situación actual de su enseñanza, tanto a nivel local como mundial.
¿Qué
representa la música en nuestras vidas? ¿Por qué, para qué es importante? Para
comenzar, debe explicarse que la importancia de la música reside en que en
realidad no es más que otro idioma, un idioma hablado internacionalmente y que
no distingue entre países, razas, culturas o religiones; no dependemos de los
valores aprendidos en nuestra sociedad para entenderla. Sin duda alguna, la
música une a las personas, de acuerdo con el lema “La música es el único
lenguaje que no todo el mundo habla, pero sí entiende”. Esto se puede comparar
con cómo cualquier persona de cualquier rincón del mundo sabe que si alguien
sonríe es porque está feliz, sin que nadie le haya enseñado “sonrisa significa
felicidad”. En resumidas cuentas: la música, al igual que la sonrisa, es algo
innato en el hombre, algo que no se puede aprender a sentir.
No se puede aprender a sentir
la música, pero sí a entenderla, comprenderla y, por supuesto, interpretarla.
Algo tan natural y propio del ser humano debería ser fomentado y alabado, pero
sin embargo en este país hemos permitido que se desprecie a todo aquel que
vemos cargando con su instrumento a la espalda. No se puede negar que se le
mira distinto, como si perteneciera a otro grupo y fuera “el raro”. Nadie se
para a pensar en el dolor que provoca esta falta de reconocimiento al esfuerzo
que supone tener que asistir a dos escuelas al mismo tiempo, con la gran
cantidad de horas de estudio y resultados que exigen ambos.
Al mismo tiempo, cuando
hablamos de jóvenes a las puertas de la universidad y su futuro, ¿cómo de
difícil se hace la elección del grado superior musical en lugar de una carrera
universitaria “normal” cuando lo único que se oye como respuesta a la propia
ilusión es la cruel frasecita “Ah, que quieres estudiar música, pero ¿y qué
más?”? ¿¡Qué más!? ¿Qué más que una carrera de catorce años, compaginada con
los doce de estudios escolares? Con este gran apoyo y entusiasmo, no se hace
difícil imaginarse cómo hemos permitido que la música caiga tan bajo en la
sociedad española. Como punto de partida en la búsqueda de los motivos de esta
inquietante carencia, tomaremos como referencia Alemania, un país que destaca
por el ejemplar fomento y enseñanza de los que goza la música. Si les miramos a
ellos y nos comparamos, ¿qué diferencias vemos? Sin lugar a dudas, la cuestión
principal es la mentalidad de la población. En países centroeuropeos como
Alemania, el raro es el que NO toca un instrumento. La música forma parte de
sus vidas y se ve como algo natural, viven con ella día a día y se fomenta de
todas las formas posibles. Teniendo esta cultura de fomento del arte entre la
gran mayoría de habitantes, el resto de factores que propician la enseñanza
musical fluyen solos. El primero es la importancia que se le da a las
asignaturas musicales ya en el colegio. No estoy hablando sólo de la asignatura
de música como tal, sino de las ventajas con las que cuentan los niños músicos
en sus escuelas. Desde quinto de primaria se ofrecen clases de instrumento en
el propio colegio; ¿dónde se ha visto eso en España? Además de que durante los
años equivalentes a la ESO la música impartida en Alemania es relativamente
fuerte y ya hace introduce conocimientos teóricos y prácticos muy profundos
(con perdón, lo que se aprende en los institutos españoles como “música” es de
risa), es obligatorio escoger un arte para los dos últimos años, ya sea música
o pintura, de nuevo algo inconcebible en España. Poniéndonos en el caso de la
elección de música, los temarios impartidos son ya tan elevados que igualan a
los mismísimos conservatorios. Lo que quiero hacer ver es que la música puede
tomarse como un pitorreo, o puede hacerse en serio. Un país opta por sacrificar
toda forma de arte en su programa educativo; otro, se asegura de que ningún
joven acabe sus estudios sin saber distinguir al menos una pieza barroca de una
romántica. Debería lucharse por que esta terrible comparación no fuese posible.
Si salimos fuera del ámbito del
colegio, nos encontramos ante lo que es la verdadera fuente de músicos en una
sociedad: los conservatorios. En este último punto retomaremos la imagen a la
cabeza de la entrada. ¿Por qué solo dos de cada diez niños gozan del privilegio
de una formación musical, cuando hay un setenta por ciento de adultos que se
arrepienten de no haberla tenido de pequeños? Haciendo referencia a entradas
anteriores: por dejadez. Debería haber una mayor concienciación de los padres
sobre la importancia que tiene la música en un niño. Están demostrados
científicamente el gran desarrollo mental que supone y el aumento de la
creatividad, pero la falta de iniciativa y resolución de los padres, sumada a
la preocupante escasez de conservatorios que sufre España, provoca el gran
analfabetismo musical característico de este país. No existen becas, a pesar de
que los mejores de los pocos conservatorios existentes son privados (la
decadencia de los públicos se la debemos a nuestro único sistema educativo), y
otro gran motivo que amedrenta a muchos padres es tener que afrontar el pago de
matrículas trimestrales (cuyo precio, por cierto, fue duplicado este curso)
además de la inversión que supone la compra de un instrumento.
¿Qué tenemos entonces? Un
sistema en decadencia, en obvio retraso frente al de muchos otros países. Un
sistema que, defendiéndose en la falta de recursos económicos, está permitiendo
la desaparición de la cultura y del arte. Pero, sobre todo, tenemos un pueblo
que no está haciendo nada por defender esa “nimiedad sin importancia” que dicen
que es la música. El problema no viene del sistema de arriba; si la música
ganase la importancia que se merece entre nosotros, todo lo demás sería tirar
del hilo. Pero necesitamos el hilo.
Toda la razon del mundo
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